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La historia fotográfica de un siglo destinada a una existencia en una mina.
Por Sarah Boxer

 

Será un entierro surrealista

El archivo Bettmann, el peculiar conjunto de imágenes que Otto Bettmann sacó furtivamente de la Alemania nazi en dos baúles de viaje en 1935 y que después transformó en una enorme colección de importancia histórica, será sumergido a 220 pies en una mina de piedra caliza situada a 60 millas al noreste de Pittsburg, en donde quedará muy lejos del alcance de los historiadores.

El archivo, que se estima que contiene alrededor de 17 millones de fotografías, es una historia gráfica del siglo veinte. Pertenece desde 1995 a Corbis, la compañía privada del presidente de Microsoft, William H. Gates. El archivo Bettmann será trasladado de la ciudad de Nueva York a un extraño mundo subterráneo. Corbis tiene planeado rentar 10,000 pies cuadrados en una mina que antes pertenecía a U.S. Steel y que ahora es una gran ciudad subterránea manejada por Mountain/National Underground Storage. Allí, Corbis construirá una moderna zona de almacenamiento a temperaturas bajo cero, baja humedad y a prueba de terremotos, huracanes, tornados, vándalos, explosiones nucleares, y las devastaciones del tiempo.

Pero la preservación por congelación presenta un problema. La nueva ubicación es impresionantemente inaccesible. Los historiadores, los investigadores y los editores acostumbrados a poder hojear archivos fotográficos tendrán que usar el archivo digital de Corbis, que tiene sólo 225,000 imágenes, menos del 2 por ciento de la colección total.

A algunos les preocupa que se esté encerrando a la colección en una tumba; otros creen que Gates está rescatando un legado visual que está en peligro de muerte. Una cosa queda clara. Esta es una ocasión de importancia trascendental. Como dijo Henry Wilhelm, especialista en la conservación de película, en Grinell, Iowa, .

El archivo Bettmann, actualmente almacenado en Broadway y la calle 20 en Manhattan, incluye no sólo la colección privada de Bettmann, –millones de imágenes de todo, desde lentes de sol a demoliciones a instrumentos médicos– sino también la colección de United Press Interntaional, 10 millones de fotografías de prensa tomadas de archivos que anteriormente pertenecieron a Hearst, Scripps, The Daily News y The Chicago Tribune.

Las fotografías están siendo trasladadas por su propio bien, dijo Bill Hannigan, director editorial del archivo digital de Corbis. Durante años, nadie pensaba que las fotografías tenían algún valor. Eran "componentes de una empresa", dijo. Eran imágenes hechas para ser impresas en periódicos y revistas. Tenían dobleces, garabatos, leyendas. Algunas estaban almacenadas junto a un radiador o una tubería con fugas. Nadie las cuidaba, y muchas ahora se están cayendo a pedazos. Gran parte de la película a color se está decolorando y los negativos a base de acetato se están descomponiendo, tienen burbujas y resquebrajaduras.

Para 1997 el veredicto era claro, dijo Hannigan: "Llévenselas de aquí?". La película necesita almacenarse en lugares fríos y secos. Eso es lo único que puede aminorar su deterioro, dijo Hannigan. Actualmente, los negativos más vulnerables de la colección están en dos congeladores comerciales en Nueva York, esperando su traslado a la mina. Como observó Wilhelm, "Los pasteles Sara Lee reciben mejor cuidado que la mayoría de la película".

Eso está por cambiar. Este otoño, Corbis comenzará a transportar en camiones todas las fotografías, negativos y demás materiales gráficos de Nueva York al nuevo sitio que Wilhelm está ayudando a diseñar en la mina de Pensilvania. "El objetivo es preservar los originales por miles de años", dijo.

Una vez realizado el traslado, las oficinas de Corbis en Nueva York no van a contener más que personas y computadoras conectadas a un archivo digital. Ninguna impresión fotográfica, ningún negativo, ningún desorden enmarañado. Es el entierro de lo analógico mientras lo digital baila sobre su tumba.

Y ahí está la dificultad. "¿De qué sirve preservar las fotografías si nadie las puede ver?", preguntó Gail Buckland, historiadora de la fotografía y curadora que ha utilizado el archivo Bettmannn para buscar fotografías para el libro "El siglo americano" de Harold Evans. Las fotografías son documentos históricos originales, dijo. Como historiador, "uno desarrolla un sexto sentido" cuando trabaja con ellas. Uno se tropieza con cosas que nunca encontraría en la computadora.

"¡Conozco las cualidades efímeras de sostener una imagen entre las manos!", dijo Hannigan, quien escribió "New York Noir", un libro basado en las fotografías de nota roja en la colección del Daily News. Al revisar la Colección Corbis, dijo, encontró muchas imágenes que nadie había visto con anterioridad, incluyendo fotografías tomadas por Weegee en Sammy’s Bowery Bar y en Coney Island.

Ken Johnston, quien ha trabajado para el archivo Bettmann desde 1985 y es ahora el director de la colección histórica de Corbis, sonaba algo melancólico por la partida del archivo. "Me encantan estas cosas", dijo. "No poder acceder a ellas será duro. Pero desarrollaré una relación por control remoto".

Sin embargo, la relación por control remoto podría estar ya comprometida. Sólo una fracción de las fotografías estará digitalizada antes del traslado. Y después del traslado, la digitalización procederá lentamente en el mejor de los casos. En otras palabras, los investigadores que ayudan a los periódicos, revistas y editores a encontrar las imágenes que necesitan no tendrán a su disposición un juego completo de fotografías.

Cuando Gates compró las colecciones Bettman y U.P.I. en 1995, su meta era la digitalización. Gates –quien es dueño también de Sygma (una agencia de fotografía documental ubicada en París que tiene cerca de 20 millones de imágenes) y Saba Press (un servicio de fotografía para la prensa ubicada en Nueva York que posee alrededor de un millón de fotos), y tiene los derechos para las reproducciones digitales de las obras del Hermitage en San Petersburgo, Rusia, del Philadelphia Museum, de la colección Barnes en Merino, Pensilvania, y de la National Gallery en Londres– tenía previsto digitalizar completamente su colección mundial que ahora tiene cerca de 65 millones de fotografías.

Por lo que en 1996, Corbis comenzó a transferir las imágenes de Bettmann y de U.P.I. a formato digital con un costo de 20 dólares por imagen. Pero repentinamente, en enero de este año, cuando solamente se habían digitalizado 225,000 imágenes fotográficas, la digitalización se detuvo. Corbis despidió a 79 miembros de un equipo de 1,300 personas en todo el mundo, incluyendo a los que estaban involucrados en la edición y digitalización de las imágenes de Bettmann y U.P.I.

¿Por qué? "La conservación se volvió un problema importante" para concluir la edición y digitalización de todo el conjunto, dijo Hannigan. Si Corbis hubiese digitalizado todo, se hubiera tardado 25 años en terminar. Y ese era un tiempo que las fotografías no tenían. "Es desgarrador ver esas imágenes y observar que su estructura se está deshaciendo".

Las primeras imágenes en digitalizarse fueron las que se consideraban más valiosas, tanto cultural como comercialmente. Las fotografías de los Kennedy, de los Rockefeller, de los Roosevelt, de la Depresión, de las dos guerras mundiales y de la guerra de Vietnam ya han sido digitalizadas. Como también lo han sido los iconos del siglo veinte que más venden: Einstein sacando la lengua, Rosa Parks en el autobús, Jimi Hendrix en Woodstock, Orson Welles transmitiendo por radio "La guerra de los mundos", cualquier cosa con Elvis Presley, Marilyn Monroe, Jackie Robinson, Babe Ruth o Martín Luther King Jr.

Después buscaron en la colección tesoros aún sin descubrir. "Es como desbullar ostras", dijo Hannigan. Uno debe revisar muchas imágenes aburridas de ceremonias de inauguración y de alcaldes con los ojos cerrados antes de encontrar las perlas. Pero sí se encontraron perlas: Miles Davis cubierto de sangre, arrestado por pelear con un oficial de la policía que le había ordenado que se retirara de una banqueta en Manhattan, Dorothy Bridges con Samuel Goldwyn, y Joe DiMaggio en la jaula de bateo en el estadio de los Yankees.

¿Qué ocurrirá con las imágenes que todavía no han sido descubiertas? Se enviarán a la mina con el resto de las fotografías. Eventualmente, algunas serán digitalizadas, dijo Hannigan, "pero todavía no se ha determinado cómo ni cuándo". El personal de la mina consistirá sólo de dos personas, una para la investigación y otra para la digitalización. Con un equipo tan pequeño, las posibilidades de encontrar joyas escondidas o de realizar muchas digitalizaciones parecen muy remotas.

Mientras tanto, las fotografías más populares de Corbis –por ejemplo, la foto de John F. Kennedy rindiendo honores al féretro de su padre- se volverán aún más populares. Incluso ahora, dijo Johnston, "vemos las mismas cosas una y otra vez". De todas las fotografías que Corbis tiene, dijo, "sólo se ha usado una pequeña porción para hacer reportajes, un porcentaje diminuto". Y entre más se solicitan las imágenes, más éstas son solicitadas. La historia visual está condenada a repetirse.

Pero por lo menos la historia no desaparecerá. Corbis tiene la suerte, dijo Hannigan, de contar con un dueño lo suficientemente rico y lo suficientemente comprometido como para construir las nuevas instalaciones". Pero los críticos no tardan en señalar que Gates es también lo suficientemente rico como para terminar de digitalizar la colección y escoger una ubicación más accesible.

Muchas otras colecciones de fotografía y película están siendo digitalizadas, y muchas tiene instalaciones de almacenamiento en otros lados. El Museo de Arte Moderno tiene instalaciones en Pensilvania y la Librería del Congreso en Maryland. Pero, dijo Buckland, "no están haciendo las maletas y abandonando el lugar" ¿Por qué transferir todas las fotografías Bettmann y U.P.I. cuando no todas están en peligro inminente? "¿Por qué mandar a cada una de ellas a la mina sólo porque unas cuantas están graves?", preguntó.

Además agregó: "Estas imágenes son parte de nuestra historia y cultura, un legado sagrado, y si Bill Gates lo está comprando, está creando una situación de monopolio al no permitir el acceso a ellas"

Pero la colección "nunca fue un fideicomiso público", ni siquiera en tiempos de Bettmann, dijo Hannigan. "Siempre ha sido propiedad de particulares", un negocio con fines lucrativos. "Ya no permitimos que la gente tenga acceso a los originales", agregó. Y para la mayoría de los clientes de Corbis, como la revista People, la revista American Heritage, las estaciones de televisión por cable y las agencias de publicidad, es fácil encontrar fotografías que satisfagan sus necesidades. "A ellos no les importa si se trata de un daguerrotipo o de una imagen digital", dijo Harrigan.

Y en todo caso, dijo, los investigadores pueden buscar las imágenes que quieren en el sitio web de Corbis (www.corbisimages.com) o solicitar la ayuda de un investigador de Corbis. Si necesitan una imagen que aún no se ha digitalizado, puede ser descongelada y digitalizada en la mina. Toda la información escrita que existe sobre la colección en catálogos de tarjeta o bitácoras estará en la base de datos para cuando ya se hayan trasladado. Por lo que, "si lo podemos encontrar ahora", dijo Hannigan, "lo podemos encontrar entonces".

Pero el punto quizás no es el de conseguir una imagen específica. "Quiero poder verlo todo", dijo Buckland. "No creo que Bill Gates entienda la importancia de los originales". Tal vez, dijo, piensa que "mientras que él conserve los derechos de reproducción, ¿a quién le importa los objetos?"
Es todo lo contrario, dijo Wilhelm. "Yo creo que a miles de años de distancia, se recordará a Bill Gates por haber preservado una parte importante de nuestra historia fotográfica y por haberla hecho accesible digitalmente", dijo.

Un entierro significa cosas distintas para personas distintas. Para algunos significa la conservación. Para otros, significa la muerte. "Los especialistas en conservación pensarán que es lo mejor que puede pasar", dijo Hannigan. "Otros pensarán que Bill Gates encerró la colección y arrojó la llave".

 

Este artículo apareció originalmente en The New York Times (15 de abril de 2001).