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¿Quién es dueño de Seydou Keïta?
por Michael Rips

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Aún para el elevado estándar del mundo del arte en Nueva York, el rumor fue excepcional: una lata de negativos enterrada en África durante tres décadas fue abierta, revelando la obra de un fotógrafo que no era ni un forastero ni un indígena, sino alguien espectacularmente moderno. Los elegantes y los bohemios asistieron a la galería Gagosian la noche del 18 de octubre de 1997, usando pulseras Fulani bajo sus mangas Charvet, blusas con referencias a Matisse, que a su vez tenían referencias a las telas del norte de África, y hombres de la etnia Xhosa vestidos con sacos formales.

A pesar de estar acostumbrados a los rumores del mundo del arte, y de estar familiarizados con las exageraciones en el mercado de la fotografía, no pudieron evitar quedar impresionados. Vieron retratos en blanco y negro a tamaño mural, en los que los intrincados diseños de los atavíos tribales estaban colocados contra fondos de telas con flores y arabescos, los sujetos desaparecían entre los densos diseños, recordando a Vuillard. Una buena cantidad de las fotografías fue vendida de inmediato, a precios de hasta 16 mil dólares, y al final de la noche, una multitud estaba frente a sus limusinas como niños, esperando poder echar un vistazo al fotógrafo cuyas imágenes nunca olvidarían.

Finalmente hizo su aparición, viejo y majestuoso.

La exposición fue bien recibida. Margarett Loke del New York Times, describió a Seydou Keïta como “el hombre que había traído una renovada vitalidad al arte del retrato fotográfico”. Un artículo en Artforum alabó la exposición, resaltando que las fotografías “tuvieron gran éxito con los sofisticados neoyorquinos”

No mucho después de la exposición, recibí una llamada del hombre que conocía como Ibrahim. Tenía algo que mostrarme. Ibrahim, un comerciante de Mali, llegaba a mi puerta con frecuencia con fetiches, envueltos en bolsas de basura, que había traido de sus viajes a África. Llevaba a otros los objetos que yo no compraba y al final del día, a una pequeña bodega en Chelsea, donde los comerciantes de África Occidental realizan sus negocios, tocan música y entretienen a sus parientes.

Ese día Ibrahim no llevaba bolsas. Conversamos algunos minutos y después metió la mano en su bosillo y sacó un pedazo pequeño de papel. Al frente estaba la imagen de una joven africana. El contraste y la densidad de los blancos y negros era mínimo, la iluminación era modesta y los diseños de los atavíos apenas eran visibles.

Al voltear la foto se leía : Keïta Seydou, Photographe Bamako - Contra en face prison civile Bamako (Sudan Français)". Y luego una fecha: "3 Avr 1959."

Yo estaba confundido. Esta fotografía, no se parecía en nada a los colosales retratos en alto contraste que había visto en la galería. Pero éste, explicó Ibrahim, era un original. Esto era lo que se hacía en el modesto estudio del Sr. Keïta. Después me dijo que solo existía un puñado de estas impresiones. (La compré por varios cientos de dólares y más tarde compré otras. Ninguna de estás forman ya parte de mi colección.)

La historia de esta diferencia de opiniones –el cómo una impresión de bolsillo, vendida por unos pocos dólares en una tienda de barrio en el África Occidental, se convirtió en una fotografía de tamaño mural, que se vendió por 16 mil dólares en una importante galería del Soho- comienza en el Mali colonial en la década de 1930, y continúa en el futuro: Una nueva exposición del Sr. Keïta será inaugurada el viernes en la galería Sean Kelly en Chelsea.


Esta es una historia que incluye pleitos feroces, una demanda legal y acusaciones de robo, falsificación y perjurio, que sobrevive incluso al fotógrafo mismo, quien murió en el 2001. Toca los más diversos canales de la historia humana, desde el colonialismo al capitalismo, de la revolución a las cuestiones de raza. Pero también incluye un conflicto de la naturaleza más extraña: un desacuerdo filosófico sobre la naturaleza de la fotografía y el concepto de autenticidad.

 

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