El día que pisé tierra irlandesa por primera vez, en el
verano de 1992, una bomba más había estallado en el centro
de Belfast, con la consabida secuela de víctimas, daños
materiales, pronunciamientos, acusaciones mutuas, funerales y maniobras
políticas de uno y otro bando. Hoy, a varios años de distancia,
se habla de deponer las armas, de establecer un cese al fuego, de negociar
temas sustanciales. Gerry Adams viaja por el mundo como una figura política
legítima, planteando la postura del Sinn Fein ante legislaturas,
parlamentos y grupos políticos de diversas ideologías. Hoy,
más que nunca en el último cuarto de siglo, se vislumbra
una posible solución, sin muertes de por medio, a la dolorosa crisis
de Irlanda del Norte, provocada por una ocupación brutal acompañada
de inicuos subterfugios legales y encubierta por una dolosa y prolongada
campaña de desinformación orquestada desde el número
10 de Downing Street. Ha sido una larga espera y los indicadores políticos
parecerían anunciar el fin de la misma, pero la violencia política,
militar, religiosa, sectaria, ha dejado traumas tan profundos en varias
generaciones de irlandeses que la situación actual no puede abordarse
sino con una gran dosis de escepticismo. Fue precisamente el escepticismo
lo que marcó mi visita a Irlanda en agosto de 1992, una visita
que tenía dos objetivos principales: acercarme un poco a mis orígenes,
al posible trazo de un árbol genealógico con raíces
en Irlanda, y conocer de cerca la situación política y social
de ese conflictivo lugar.
El primero de esos dos objetivos no se cumplió: si en el lugar
donde vivo soy el único que lleva mi apellido, en Irlanda los Brennan
son tan abundantes como los García en México. Y habiendo
perdido la pista de mis orígenes a temprana edad con la muerte
de mi padre en 1960, nunca tuve datos suficientes para emprender una búsqueda
fructífera. En Belfast encontré un centro de información
dedicado expresamente a servir a extranjeros descendientes de irlandeses,
con archivos en los que, con un poco de suerte, uno puede hallar la pista
de sus ancestros. Lo único que encontré ahí fue el
origen etimológico de un viejo apellido, O'Braonáin, que
significa indistintamente tristeza o cuervo, y dos versiones distintas
de un escudo de armas en el que los leones ocupan un sitio prominente.
Después de mi fallida búsqueda quedé al menos con
la impresión de que mi apellido me serviría como un manto
protector en Irlanda, de que ser un Brennan en la tierra de los Brennan
me daría cierto sentido de pertenencia e identidad. De esto me
desengañé a los pocos días de mi llegada. Una madrugada,
después de una larga noche de música, política y
cerveza en el pub Dungloe en Derry, de regreso a la casa de mis anfitriones,
nuestro automóvil fue detenido por una patrulla del ejército
inglés para un cateo de rutina. Conminado por un enorme fusil automático
cuyo cañón se detuvo a pocos centímetros de mi nariz,
entregué la identificación que el hosco soldado me solicitaba.
El militar británico abrió mi pasaporte, lo iluminó
con su poderosa linterna y, al tiempo que me lo arrojaba despectivamente
de vuelta, lo oí gruñir: "What? A fucking Mexican, with
such a name?"
Pero el segundo objetivo de mi viaje se cumplió con creces. Durante
las tres semanas que pasé en Irlanda fui literalmente bombardeado,
avasallado con datos, información, puntos de vista, lecturas, videos,
visitas y entrevistas en lo que fue literalmente un curso intensivo de
la historia reciente de Irlanda, con especial énfasis en el conflicto
de Irlanda del Norte durante los últimos 25 años. Así,
a lo largo de 20 días yo y mis compañeros de viaje, Rubén
Ortiz y Manuel Rocha, pudimos estar en contacto directo y cercano con
las fuentes del conflicto, con sus protagonistas, con las huellas que
ha dejado en Irlanda y en los irlandeses. En cada punto del trayecto tuvimos
la fortuna de contar con amigos conocedores, comprometidos, apasionados,
que fueron nuestros guías en ese intenso, fascinante y ciertamente
doloroso viaje: Stephen y Locky en Derry, Liam y Valerie en Dublin, Brid
y Peadar en Belfast. Sus voces, junto con las voces de todos aquellos
a quienes conocimos en Irlanda, forman parte de un vasto y elocuente coro
que lleva mucho tiempo pidiendo paz, justicia, democracia... y fue muy
evidente para mí que están cansados de esperar.
En Derry encontré una comunidad altamente politizada, tajantemente
dividida, llena de las cicatrices de una guerra sorda, salvaje, interminable,
señalada por numerosos hitos y monumentos que conmemoran atrocidades
sin fin. En Dublín encontré una ciudad tímida y conservadora,
envuelta en una falsa tranquilidad, poblada por irlandeses que parecen
no querer saber nada de lo que pasa en esa otra Irlanda que, aunque lo
nieguen, también es la suya. En Belfast encontré la más
dura expresión de la violencia sectaria que, ostensible o encubierta,
marca cotidianamente a cada habitante de la ciudad, a toda hora, en todo
lugar. En Belfast encontré también a West Belfast...
Encerrada entre una autopista y una montaña, hostigada y vigilada
día y noche por su propia policía y por el ejército
británico, West Belfast es una comunidad sitiada y, al mismo tiempo,
uno de los barrios más intensamente politizados del mundo. En West
Belfast es imposible ser apolítico porque, como en ninguna otra
zona del país, aquí son dolorosamente evidentes la violencia,
la injusticia y la discriminación que tienen como causa la artificial
división de la isla y la presencia non grata de una brutal fuerza
de ocupación. Al profundizar un poco en la historia de Irlanda
del Norte en los últimos años, hoy parece difícil
definir el conflicto como una pugna entre católicos y protestantes;
es más exacto decir que la comunidad está dividida básicamente
entre los republicanos, que exigen sin concesiones la reunificación
de Irlanda y la salida de los ingleses, y los unionistas, que hacen todo
lo posible por mantener sus nexos con Inglaterra y las evidentes ventajas
que significa para ellos la ocupación.
West Belfast, el barrio más orgullosamente republicano de la capital
de Irlanda del Norte, es el sitio en el que se concentran y dirimen todos
los conflictos derivados de la absurda situación originada por
el último vestigio del decadente imperio británico. Y si
bien es cierto que muchas de las manifestaciones del pensamiento republicano
son reprimidas y censuradas, también es cierto que los habitantes
de West Belfast siempre encuentran la manera de dar cauce a la expresión
de sus preocupaciones políticas y sociales, a pesar del Big Brother
orwelliano que no les quita la vista de encima. Uno de los más
interesantes foros de expresión de los republicanos es el Festival
Comunitario de West Belfast, con una amplia variedad de actividades artísticas
y culturales, todas ellas con una intensa carga política. Todos
y cada uno de los actos del Festival son planeados y realizados con un
fin común: poner de relieve ante propios y extraños la terrible
situación que se vive en Irlanda del Norte y, al mismo tiempo,
establecer con toda claridad el hecho de que la comunidad republicana
trabaja sin cesar por la causa de la libertad, la justicia, la democracia
y la reunificación de su nación.
Música, danza, teatro, exposiciones, conferencias... A diferencia
de otros festivales, cada actividad del Festival Comunitario de West Belfast
se presta a lecturas múltiples que rebasan con mucho la simple
discusión de sus méritos artísticos y estéticos,
y aun las exploraciones históricas son de una candente actualidad.
Así, una obra de teatro que cuenta brevemente la vida de Tom Williams
(patriota de la revolución irlandesa) y su injusta ejecución
en la cárcel de Crumlin Road nos recuerda que esta siniestra prisión
sigue siendo el destino de muchos de los actuales luchadores por la causa
republicana. Una exhibición fotográfica conformada por imágenes
de Belfast y Berlín es un elocuente discurso visual sobre lo que
significa para el individuo vivir en un país dividido, en un ámbito
geográfico, social y político delimitado por fronteras artificiales,
bardas, vallas, alambres de púas y bloqueos militares y policiacos.
Una lectura de poesía adquiere una dimensión extra cuando
los poemas han sido escritos por militantes republicanos durante sus largos
encierros en las prisiones inglesas, las mismas prisiones en las que se
han fabricado laboriosamente las artesanías, altamente simbólicas,
que se exhiben en diversas locaciones como parte del festival. Hasta los
torneos deportivos que son parte del festival tienen un alto contenido
político: llevan los nombres de importantes personajes de la lucha
republicana, como Mairead Farrell, una de las víctimas de Gibraltar,
o Bobby Sands, el primero en sacrificar su propia vida en una huelga de
hambre en prisión. Éstas y muchas otras actividades se llevaron
a cabo bajo el sello común de la participación comunitaria,
el compromiso colectivo y la identidad cultural. Este último aspecto
fue enfatizado por el hecho de que el idioma oficial del Festival Comunitario
de West Belfast fue ese bello y eufónico idioma al que llamamos
erróneamente gaélico y que en la comunidad republicana es,
simplemente, el irlandés, una de las más fuertes ligas con
el pasado celta de la comunidad y uno de los más poderosos símbolos
de la identidad y la rebeldía de los republicanos. Y si bien es
cierto que este fascinante festival asumió como tema principal
el de la cohesión social, política y cultural, tuvo también
una notable vertiente de participación multicultural. En este aspecto
lo más importante fue la presencia de un numeroso contingente vasco,
que aportó al festival la dinámica política, cultural
y artística de Euzkadi, incluyendo intensas sesiones de intercambio
de ideas con los republicanos de Belfast; de modo menos visible estuvieron
también presentes como invitados al festival grupos de corsos y
catalanes.
Mural con Zapata y voluntario del IRA. Rubén Ortíz Torres
y Gerard Kelly. Belfast, 1995. Fotografía de Juan Arturo
Brennan
En el aspecto del intercambio multicultural, la presencia de México
en el Festival Comunitario de West Belfast estuvo a cargo de Rubén
Ortiz. La tarea encomendada a Rubén era, en principio, muy simple:
pintar un mural en West Belfast, en donde una de las formas más
usuales de comunicación es precisamente el mural político,
con funciones análogas a las de los murales que pueden verse en
la zona fronteriza de Tijuana-San Diego. La creación del mural,
sin embargo, no fue fácil, debido a las peculiares condiciones
del lugar. En colaboración con Gerry Kelly, el más notable
de los muralistas de West Belfast, Ortiz diseñó y realizó
un mural auténticamente multicultural en el que, además
de otros símbolos, combinó las imágenes del líder
revolucionario mexicano Emiliano Zapata, de James Connolly, figura principal
del levantamiento irlandés de 1916, de un líder cholo y
de un voluntario del Ejército Republicano Irlandés. La historia
de la creación de este mural es complicada y azarosa; el clima
y la supervisión policiaca hicieron muy difícil el trabajo
de Ortiz y Kelly y de quienes colaboramos mezclando pinturas y pintando
grandes áreas del muro sobre los diseños originales de Ortiz.
Recordaré por mucho tiempo la imagen de Rubén y Gerry en
lo alto de las escaleras, pintando el mural en una pared del barrio de
Springhill bajo la ominosa vigilancia de un helicóptero militar
y con la periódica presencia de los vehículos blindados
de la policía del Ulster y de las patrullas del ejército
británico, armadas hasta los dientes.
A lo largo de la intensa semana cubierta por el Festival la sede principal
de los actos artísticos y culturales fue el Cultúrlann,
una vieja iglesia situada en Falls Road y convertida en un centro cultural
que es, cotidianamente, el núcleo social más importante
de la comunidad republicana. Ahí, en uno de los espacios del Cultúrlann,
tuvo lugar una de las sesiones político-escénico-musicales
más intensas y devastadoras de que tengo memoria. El espectáculo
fue protagonizado por un grupo irlandés de rap que lleva por nombre
Sceanchai Rappers. En un principio fui escéptico respecto de la
presencia de este grupo en el Festival Comunitario de West Belfast, debido
principalmente a mi convicción de que el rap, descontextualizado
de sus raíces, no pasa de ser una simple imitación estilística.
Como prueba de ello vinieron a mi memoria los sofisticados y anodinos
raps de gente como Hammer y Vanilla Ice, o los ridículos intentos
de rap en español que actualmente realizan los inexpertos jovencitos
protegidos de la televisión comercial mexicana. Más aún:
siendo el rap auténtico una expresión artística y
social muy específica de las comunidades negras de las grandes
ciudades de los Estados Unidos, ¿cómo concebir un grupo irlandés
de rap y cómo calibrar los alcances de su peculiar modo de comunicación?
Mi escepticismo se desvaneció de inmediato al primer contacto con
los cuatro integrantes del grupo Sceanchai Rappers, quienes demostraron
una intuición poco común para adaptar el germen del rap
negro a sus propios fines, en su propio contexto y con sus propios medios
expresivos. Maighread Medbh, Rick O'Shea, Gerry McGovern y Marcus Alasdair
forman un grupo que se distingue más por la individualidad de sus
miembros que por su labor de conjunto, y esto da a su trabajo una variedad
y una riqueza muy especiales. En esa larga e intensa sesión ofrecida
por los Sceanchai Rappers una cosa quedó clara por encima de todo
lo demás: cada uno de sus raps estaba pensado, escrito, estructurado
y ejecutado en función del contexto político y social de
la lucha republicana en Irlanda del Norte. Esa noche no hubo lugar más
que para la expresión cruda, directa, emotiva y potente de los
temas importantes en la causa de aquellos que quieren una Irlanda unida
y libre. Como era lógico esperar, muchos de los raps realizados
esa noche se refirieron a cuestiones políticas, militares y policiales,
pero los integrantes de Sceanchai Rappers fueron también lo suficientemente
flexibles para incluir en su repertorio una serie de raps que se refieren
a aspectos más individuales y humanos de la crisis que se vive
en aquel país. Y muchos de estos raps resultaron, dentro de su
crudeza y su violencia, profundamente conmovedores.
En Walk faster se explora la inseguridad permanente en que vive la mujer
irlandesa, doblemente oprimida en un estado policiaco y en una sociedad
que aún no ha superado muchas de las conductas irracionales y atávicas
características de la cultura machista del subdesarrollo. En el
rap titulado Paddy is a terrorist se alude directamente al estereotipo
creado por los ingleses para sus fines propagandísticos: la noción
falsa de que todo irlandés (Paddy es el genérico despectivo
que los británicos emplean para los irlandeses) es un terrorista
y de que el conflicto sólo puede ser analizado y finalmente resuelto
en términos militares. En uno de los momentos más dramáticos
del espectáculo el grupo interpretó Nothing but rain, un
rap en el que se pinta un desolador cuadro de ocio, desempleo, discriminación
laboral y desesperanza, todo ello en el contexto del opresivo y sofocante
clima irlandés, húmedo, nublado, lluvioso...
A lo largo de esta fascinante e impactante sesión de rap irlandés
los miembros de Sceanchai Rappers exploraron algunos de los temas específicos
de la lucha republicana en particular y de la situación de Irlanda
en general, como el brutal desempleo, la trágica emigración,
las turbias relaciones entre las comunidades y los cuerpos policiacos
y paramilitares, las absurdas leyes que Londres ha impuesto en Irlanda
del Norte. Pero también supieron referirse con igual lucidez y
fuerza a problemas sociales universales que en los seis condados que forman
el norte de la isla adquieren un relieve especial. Así, con imágenes
fotográficas periodísticas y otras creadas especialmente,
más algunos sencillos elementos escénicos, los Sceanchai
Rappers atacaron por igual al ejército británico y a los
unionistas irlandeses, a los políticos conservadores y a la Iglesia
católica que ha desempeÒado un deplorable papel de mediatización
y protección criminal del status quo.
En medio de estos sonidos e imágenes una presencia brilló
con intensa luz propia: la de Maighread Medbh, la única mujer del
grupo. Conocida desde tiempo atrás por su poesía y por su
activismo en favor de la mujer, Maighread dio a la actuación de
Sceanchai Rappers una dinámica muy particular por cuanto sus raps
fueron altamente efectivos en combinar los aspectos generales de la lucha
republicana y las aspiraciones de unificación con las preocupaciones
específicas de la mujer, y una visión muy solidaria de la
participación femenina en esa angustiosa e intolerable situación
que desde hace años se conoce en Irlanda como The Troubles. Fue
precisamente Maighread la encargada de expresar el momento más
poderoso de la sesión. Al inicio mismo del espectáculo pronunció
un compacto poema suyo, una comprometida visión sintética
de lo que es Irlanda del Norte hoy en día y de las aspiraciones
de los republicanos para su patria injustamente dividida. La frase final
del poema, contundente como una bala de grueso calibre, retumbó
como una admonición en el cavernoso y oscuro salón del Cultúrlann
de Falls Road en West Belfast, y en esa frase pareció quedar resumida
no sólo la intención global del Festival Comunitario de
West Belfast, sino también la retadora actitud de todo un pueblo,
ocupado, oprimido y rebelde: I am Ireland, and I'm not waiting any longer.
Soy Irlanda, y no pienso esperar más.
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