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Sexo no por favor, somos clase media * PDF
Escrito por Camille Paglia   
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Emiliano Ponz¿Tendrán pronto las mujeres un Viagra propio? Aunque el comité precautorio de la Administración de Drogas y Alimentos (Food and Drug Administration FDA) recientemente rechazó una solicitud para comercializar el activo flibanserin en los Estados Unidos para mujeres con baja libido, aceptó los beneficios potenciales e instó para que se siguiera investigando. Varias compañías farmacéuticas han reportado estar muy avanzadas en la búsqueda de tal medicamento.

 

La implicación es que una nueva píldora, aun a pesar de sus imprevisibles efectos secundarios, es necesaria para curar el malestar sexual en el que parece estar hundido el país. Pero, ¿hasta qué punto estas quejas sobre apatía sexual reflejan una realidad médica, y cuánto se origina debido a una clase social media alta, blanca, ansiosa y demasiado enfocada en logros?

 

En los años 50’s, la “frigidez” femenina era atribuida al conformismo social y puritanismo religioso. Pero desde la revolución sexual de los 60’s, la sociedad norteamericana se ha vuelto cada vez más secular, con un ambiente mediático empapado en sexo.

 

La culpable real, originada en el siglo XIX, es la propiedad burguesa. Mientras la respetabilidad se convirtió en el valor más importante de la clase media, la censura y la represión se volvieron la norma. La falsa modestia victoriana terminó con el gracioso candor sexual tanto de hombres como de mujeres durante la era agraria, un humor obsceno relatado desde las obras de Shakespeare hasta la novela del siglo XVIII. Los arrogantes años 50’s, los cuales borraron de la memoria cultural a las liberadas “flappers” (mujeres que desafiaban el orden social al dejarse ver fumando y tomando en fiestas) de la Era del Jazz, fueron simplemente un regreso a las normas.

Sólo el difuso movimiento de la Nueva Era (New Age), inspirado por prácticas asiáticas centradas en la naturaleza, ha preservado la visión radical de la revolución sexual moderna. Pero el poder concreto reside en la tecnocracia arribista de Estados Unidos, de la cual las escuelas de élite, con su visión ideológica del género como interpretación o construcción social, son células alimentadoras.


En el discreto reino de los oficinistas, hombres y mujeres son intercambiables, haciendo las mismas tareas basadas en el intelecto. Lo físico está suprimido; se baja la voz y los gestos se cohíben en un espacio de oficina aséptico. Los hombres deben castrarse, mientras las mujeres ambiciosas posponen la procreación. La androginia es fascinante en el arte, pero en la vida real puede llevar al estancamiento y aburrimiento, lo cual ninguna píldora puede curar.

Mientras tanto, la vida familiar ha puesto a los hombres de clase media en una situación molesta: son simples engranes en una maquinaria comandada
por mujeres. Las madres contemporáneas se han convertido en virtuosos súper-gerentes de una operación compleja enfocada en el cuidado y transporte
de los niños. Pero no es fácil pasar de un control apolíneo a un delirio dionisíaco.


Tampoco los esposos están ofreciendo mucha estimulación en el departamento de muestras masculinas: visualmente los hombres estadounidenses permanecen como niños perpetuos, como lo demuestran las camisetas abultadas, shorts amplios y zapatos deportivos que portan desde preescolar hasta mediana edad. Los sexos, que solían ocupar mundos separados e intrigantes, están sufriendo de exceso de familiaridad, una maldición de lo mundano. No queda misterio.


El poder elemental de la sexualidad también ha palidecido en la cultura popular estadounidense. Bajo un muy denigrado código de producción, Hollywood hizo películas candentes con coquetería y romance. Pero desde el principio de los 70’s en adelante, la desnudez entró, y el erótico preámbulo se acabó. Una generación de cineastas perdió la destreza de la insinuación sofisticada. La situación empeoró en los 90’s cuando los videojuegos pirateados de Hollywood transformaron a las mujeres en súper heroínas caricaturescamente neumáticas y androides de ciencia ficción, figuras de fantasía sin complejidad psicológica o las necesidades eróticas de las mujeres reales.


Lo que es más, gracias a una cultura blanca burguesa que valora a los cuerpos eficientes sobre los voluptuosos, las actrices estadounidenses se han desexualizado a sí mismas, confundiendo el estéril atletismo con el poder femenino. Su imagen actual afilada con Pilates es crispada y tensa –extremidades delgadas de niño y caderas angostas combinadas con pechos amplificados. En contraste con el gusto Latino y Afro-Americano, el cual se inclina hacia la silueta saludable de la bootylicious Beyoncé.


Una cuestión de clase en la energía sexual puede ser sugerida con la aparente contundencia de los populares Victoria’s Secret y su picante lencería, entre los patrones multiraciales de clase media baja y clase trabajadora, incluso en centros comerciales suburbanos, que por otra parte tienden a la clase media blanca. La música country, con su historia en el Sur y Suroeste rurales, todavía está llena de escenarios candentemente provocativos, donde los sexos permanecen dinámicamente polarizados a la vieja usanza.


Por otra parte, la música rock, alguna vez sexualmente pionera, está en el basurero. El rythm and blues negro, nacido en el Delta del Mississippi, era la fuerza guía detrás de las grandes bandas de hard rock de los 60’s, cuyos covers de canciones de blues estaban llenas de electrizante imaginería sexual. La hipnótica grabación de los Rolling Stones del tema “Little Red Rooster” de Willie Dixon con su excitante exhibicionismo fálico, palpita y resplandece con calor seductor.


Pero con el enorme éxito comercial del rock, el blues se retiró como una influencia directa en los músicos jóvenes, quienes simplemente imitaron a los dioses blancos de la guitarra sin explorar sus raíces. Poco a poco, el rock perdió su crudeza visceral y sensualidad seductora. El rock de alto presupuesto, con su público acomodado de clase media, es ahora todo superyó y no ello.


En los 80’s, la música comercial hacía alarde de ser anfitriona de chicas pop sensuales, como Deborah Harry, Belinda Carlisle, Pat Benatar, y la encantadoramente madura Madonna. La Madonna posterior, en contraste, se hizo burguesa y se volvió esquelética. La discípula de la canción bailable de Madonna, Lady Gaga, con su exageración compulsiva, es una fabricación de gusto masivo sin una onza de erotismo genuino.


Las compañías farmacéuticas nunca encontrarán el santo grial del Viagra femenino –no en esta cultura conducida y agotada por los valores de la clase media. Las inhibiciones son obstinadamente internas. Y la lujuria es demasiado fogosa para dejársela al farmacéutico.

 

Camille Paglia, profesora de studios mediáticos y humanidades en University of the Arts, es autora de “Personae Sexual”

 

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